24 agosto 2011

Me gustaría ser católico.

Encuentro fascinante la idea de ser católico. Que bueno poder gozar de la bondad y perfección del todo poderoso. Nada mejor que acudir a esas reuniones (llamadas misas) en donde conocemos personas en un ambiente de cordialidad y paz espiritual. En donde escuchamos hermosas palabras de bondad y esperanza que plantean situaciones semejantes a las que vivimos a diario, dilucidando nuestra mente para saber como actuar ante las cotidianas disyuntivas.

Si fuera católico, contaría con libros de oraciones y plegarias previamente diseñadas de las que podría echar mano para demostrar mi devoción a Dios.

También me agradaría desprenderme de parte de mis ingresos y proporcionarla a la iglesia; así, nadie dirá que soy mezquino; nadie dudará de mi bondad.

Si me casara, lo haría por la Santa Madre Iglesia, para evitar eso tan tentador como perjudicial que es fornicar. Y por supuesto, cuando mis hijos nazcan, me encargaría de bautizarlos lo antes posible, librándolos así del estigma del pecado original.

En fin, llevaría una vida tranquila, sin inconvenientes. ¡Todo me parece excelente! Digna obra de un ser perfecto. Sin embargo, encuentro algunos detalles, quizás insignificantes, pero me conducen a pensar que me equivoqué al decir que el ser católico sería excelente. Me explico: De inicio, me parece una monumental labor (si fuese posible), establecer la existencia de Dios; cuando menos yo no lo he visto jamás, no he tenido prueba o indicio alguno de que exista.

En seguida, queda por comprobarse lo favorable de acudir a una iglesia; en donde todo mundo sonríe recíprocamente, donde la cordialidad impera, donde se olvidan (cuando menos en apariencia) el odio, rencor, las pasiones, envidias y toda serie de bajos instintos.

En la realidad nada de esto es cierto. Fácilmente podemos ver como en una iglesia acuden puñados de mujeres en busca de un hombre diferente con quien pecar; depravados pederastas; hombres libidinosos que con sus miradas y sonrisas dejan ver a las no menos pecadoras concurrentes sus lujuriosas intenciones; ladrones que aprovechan la menor oportunidad para adueñarse furtivamente de algún monedero o cartera. Así vemos lo "hermoso de la Santa Madre Iglesia".

Por otra parte, las palabras que provienen de un sacerdote, son palabras de un humano como cualquier otro, palabras que pueden ser (y de hecho son) manipuladas a conveniencia del emisor, que en muchos casos olvida su entrega religiosa, entregándose a los placeres carnales, sean hétero u homosexuales. ¿Cuántos sacerdotes hay que tienen hijos esparcidos por toda una población? ¿Cuántos hombres que pretendían hacerse sacerdotes, lo que consiguieron fue hacerse homosexuales? ¿Cuántos hombres, mujeres o lo que es peor, niños, han sido víctimas de uno de estos honorables ministros de Dios?

¿Tiene sentido repetir oraciones estereotipadas para alabar a Dios? Oraciones que en muchos casos son repetidas sin saber siquiera su significado. Oraciones que se repiten como lo haría algún aparato eléctrico, sin conciencia de lo que se dice, sin la menor concentración.

Respecto a dar diezmo, creo que es mejor conservar el dinero que con mi trabajo obtuve para sufragar cualquiera de mis necesidades básicas como alimentación, salud, educación, transporte, etc., que entregarlo al sacerdote quien tiene 3 autos de modelo reciente en su iglesia, disponibles en el momento que desee utilizarlos; que se alimenta con comida que cualquier persona de clase media no tiene; que viste, con ropa acorde a sus ingresos, es decir, con muy aceptable.

Por último, respecto a esas ceremonias religiosas (comuniones, bodas, bautizos, etc.), basta ver lo que cobra un sacerdote por ellas para que uno se pregunte si quien las realiza es un ministro de Dios o un ministro de Lucifer.

Por lo anterior y algunas cosas más, necesitaré de un milagro para cambiar mis convicciones y convertirme católico.